viernes, 27 de julio de 2007

1999


La estrella de Valparaiso-29/10/१९९९

Breve crónica de arte

¡Ay!
Por Alvaro Donoso

¡Ay! interjección que, según la Real Academia Española, expresa ordinariamente aflicción o dolor, denota temor, conmiseración o amenaza. También suspiro o quejido.
Recordamos esta breve palabra de dos letras, la primera y la penúltima del alfabeto, pero tan expresiva, al visitar la exposición titulada oficialmente "Colectiva al Puerto", que reúne en la Galería Municipal de Arte de Valparaíso alrededor de cien obras, entre pinturas, grabados, acuarelas, cerámicas, esculturas, textiles, vitrales, técnicas experimentales y algo que podría llamarse instalaciones. Toda esta parafernalia procede de los artistas plásticos que en-tregan docencia académica en las facultades de arte de las Universidades de Concepción, Metropolitana de Santiago y Universidad de Playa Ancha. O sea, los expositores son los profesores de los futuros profesores de arte de colegios y liceos, y de los licenciados en arte, que serán los próximos artistas titulados.
Pero, ¡ay!, se supone que quienes enseñan los diferentes oficios creativos, poseen ellos mismos una buena técnica o por lo menos, la debida imaginación, el vuelo espiritual que les permita remontarse a las alturas expresivas en las técnicas expresivas que imparten. Desgraciadamente no es así. Muchos de los trabajos expuestos podrían haber sido confeccionados por los estudiantes.
La Universidad de Playa Ancha presenta a 17 docentes de su Facultad de Arte; de la Universidad Metropolitana exhiben trece personas, y de Concepción han llegado catorce. De todos, algunos ofrecen dos obras cada uno; otros, tres. Imposible citar cuarenta y cuatro nombres en breves líneas; la confusión sería mayor aún. El bloque penquista siempre se había destacado por su gráfica, hoy algo perdida en este maremágnum. El excelente grabador sureño Claudio Romo ahora sólo muestra dos pinturas, técnica que debilita sus intensas imágenes litográficas anteriores. Romo se mantiene en el recuerdo con sus grabados desgarradores, angustiosos, dolientes, como trozos descarnados de su alma. La comparación es inevitable; con el color sobre la tela, es-te autor no logra transmitir la misma sensación que sus láminas.
De los tres santiaguinos —número fatal— Ruperto Cádiz se salva del naufragio. Mantiene su delicadeza, ahora con imágenes más sintéticas, pero siempre sugerentes. La cifra trece ha sido desfavorable para los metropolitanos en esta exposición.
Los académicos de la Facultad de Arte de la Universidad de Playa Ancha de las Ciencias de la Educación son más cercanos, pero no están todos los que son. Aquí, Mario Ibarra sorprende con sus figuras desenfadadas, irreverentes. Ha progresado notablemente en el oficio, antes apresurado. Ahora, con un dibujo más refinado que mejora su trabajo, sin restarle expresión.
En esta ensalada de lechuga con mermelada se necesitó una selección más rigurosa. Al parecer, los expositores enviaron lo que les vino en gana, sin establecer un criterio estético, lo que se con-vierte en un boomerang para sus instituciones. Se necesitó un buen jardinero con sus tijeras podadoras.
Las silenciosas bóvedas de piedra y ladrillo de la Galería Municipal de Arte porteña constituyen un lugar adecuado para meditar. ¿Se puede enseñar un oficio sin antes dominarlo? ¡Ay! También por los jóvenes estudiantes que acuden con los ojos cerrados a los diversos talleres universitarios.